domingo, 18 de enero de 2009

Una noche en el Soulage


Moscini no lo recordaba perfectamente pero todo había acontecido hacía más de un cuarto de siglo atrás bajo la influencia de músicas del rigor sensual que esparcía la orquesta de Juan Carlos Rampoldi por toda la pista de baile del Hotel Soulage. A la tarde Moscini había estado en los arrabales de la ciudad tratando de amedrentar a un tipo que le estaba "serruchando el piso". Del fulano sólo se enteró que se llamaba Telléz; hubo una corta comunicación y una paliza que se grabaría de por vida en su memoria.

La plácida noche se mecía al compás de los violines de la orquesta, Rumualdo Laussane cantaba Viejo alfarero y él simplemente se imaginaba disfrutar su nerviosismo por la voz caudalosa que hacía de alfombra a la pronta llegada de Gertrudys. Moscini iba por el cuarto cigarro cuando desde las escalinatas de la entrada se desprendió la figura de ella: delicadamente felina dentro de una piel negra que mostraba un perfecto y acorazonado culo aquel que todos los hombres besaban con sus ojos ávidos y escondidos. La cotideana atención provocada por la mujer aumentó cuando desvió sus piernas de la habitual mesa del diputado Canteros y se colocó frente a un Moscini humeante y parco.

La boca, atravesada por el carmín y el delineador confirmaba una importancia y un interés que obviaba y perdonaba en el hervor de la sangre. Él deslizó con presteza la mano hacia la copa y sirviéndole sintió con aprensión hacia el paseo de la tarde moschiniana, la humedad irrevocable del agua del cordón en su zapato.

Aquel semblante templado e indolente había sido el de una mujer, hoy; carnes afuera significaba el de una perra, la zorra que creaba y deshacía a gusto y placer cualquier instancia, cualquier hombre. Desde su más tierna edad había seguido la tradición de las lívidas letras de la milonga para salir de su barrio y dar el espaldarazo a la excecrable raza de barro. Mezcló su rubia pira de cabellos y sus labios entre los licores y sillones de los palacios de Belgrano y sus niños bien; buscando siempre un gil que la acamale. Prueba superada era aquella, sin embargo algo le iba certificando que estaba perdiendo en la carrera. Objetos, cosos, alcohol y locura y todo continuaba siendo barro en medio de los mármoles flagrantes y opulentos. Y todo para qué. Y todo justo ahora.

La copa en sus labios como una extensión y un síntoma de ella viéndola a los ojos, intentando afinar la cordura y la justificación del engaño y el suicidio. No había modo, ya todo estaba consumado, sólo por eso se podía brindar.

__¿Bailamos? --sorprendió ella--.

__¿Por qué no? --asintió en la pregunta--.

Un aura; un ambiente perpetuo y sinuoso creaban al danzar así, tan ensimismados en ese ello que se forjaba, se iba de las manos y las bocas a terminar en los mismos barrios elíseos que los habían parido. Hubieran seguido danzando así, hasta sus propios velorios, ahí; solo ese era el objetivo del baile y su música y ellos coartándolo, por inútiles restringencias, necias palabras del odiar. Prohibido besarse en público, prohibido amar al público. El público amándose en la colegiada inmundicia de la privacidad escuchando el desfilar de los relámpagos y truenos de acero que cesgaban ciertas ideas, ciertas palabras, ciertas hambres.

Todo por la eterna deuda de querer ganar.

Eran tiempos de desgracia para cualquier levantamiento, ni se quería acordar de Juan Valle, con sorna de propaladora se repetía que había seleccionado un mal momento para levantarse a Gertrudys

__¿Y ahora quien se acuesta con Canteros? ¿Yo?

__Que se muera --dijo ella con un mínimo movimiento-- Si nos va a limpiar va a tener que hacerse cargo.

__¿Nunca vas a sonreir para mí? --cuestionó dulcemente Moscini al cercano oido de la dama-- Desde que te conozco jamás te vi sonreir. ¿Acaso te entristezco tanto?

__Si, en verdad sos una cebolla.

__Y vos mi pan. Mi pan dulce de navidad.

__Toda esta gente parece dormida, excepto los que miran. Pareciera que algo no los deja dormir.

__Rampoldi los hipnotiza. Cuando toque Sarrasani ya vas a ver como se despiertan.

__Quisiera que todo esto fuera un sueño.

__¿Qué tomaste?

__De enserio, eso quisiera.

__Ja, tomé yo y te pegó a vos.

__¿No viste lo que hice, no entendés lo que estoy diciendo?

__La suerte está echada, amor. Hay que engañar y bailar, nos hacemos invisibles en medio de todos estos cacatúas y ya veremos. No te preocupés ¿sí?

Moscini la abrazó contra su pecho propiamente como el último salvavidas universal, la última palmada de tierra firme en medio del diluvio. Juntos dibujaron un firulete que los dejaba cerca de la puerta trasera. Parecía costodiada hace rato por los monos de Canteros.

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