martes, 9 de septiembre de 2008

CARTA A MAQUINA

El Zaizar, Pcia. Bs.As. 5 de Enero de 1995
Señorita: Kiri Nakajima
Buenos Aires, Tacuarí 1274 2º B
Querida Kiri:
Es la primera vez que te escribo directamente (lo hice de modos menos radicales, pero bueno... ); es raro escribir de una manera tan íntima a alguien que estuvo junto a mí durante un tiempo, que requiere llamarse casi toda la vida. No sé por qué no nos habíamos escrito antes, tal vez porque todo era rápido y ciego, pero las palabras, siempre de por medio, no significaban un gran tapial para no comunicarnos creo yo; claro que aquello trabajo era pero desde luego, diversión también, no me lo negarás. Acuérdate de la tarde en el Parque Chas, en la que unos estúpidos maleantes trataron de robarte y tu, como buena niña les partiste la cara y corriste conmigo moviéndote ágil, en ese cuerpo esbeltamente blanco definido en el vestido negriazul; cuerpo que tantas veces amainé. No extraño aquello, pues ahora mismo lo estoy haciendo –y todavía más—con éstas letras recorro las plantas de tus delicados pies, cautelosamente con las puntillas de mis dedos que acabas de bendecir con tu boca: obscena, inevitablemente abierta, dibujo en tus raíces de exquisito oro algo que jamás pisarás: tu amor por mi amor. Junto tus pies; el roce de mis índices los contraen en una sonrisa que se hace añicos de placer con mis labios. Rezo por tus piernas, son los dos rieles de fuego que todavía no logran evaporarme. Que no se abren para el camino real. Aguardan, con mi paso lúdico, que me encuentre perdido en las estrechas columnas hercúleas combatiendo el dolor para luego rogarme misericordia por volver al sendero de las brazas. Así, recién ahora me siento en ti; subordinado a tu alma que desea verme por tus brillantes ojos endiablados, frente a los míos que siempre te persiguen.
No dejarás de caer en mis manos porque el cielo y el infierno no pueden menos que chocar. Sabes, ahora que tus afinados dedos se esfuerzan entre los míos --que aunque calles tus palabras, siempre estarán impresas en tu cuerpo que continuamente rota en el baile sacro, transporte de pasajes extranjeros y restos de un juego percibido por el agrio sabor de la realidad, que aunque nos mece a babor y estribor sin algo determinado. Es extraño. No sé so lo que he escrito, o más bien lo que he hecho (porque lo he hecho, puedo asegurarlo aquí, en este papel) te habrá parecido demasiado banal pero eso es lo que siento hacia ti, solo el profundo placer por el amor carnal, entiendes?.
Tus mutis y movimientos, me reafirman el apodo que nuestros niños te estampaban: "Máquina esto, Máquina lo otro, ¡eh!, Máquina". Y es que eres como una máquina, porque hablando a calzón quitado, tu cuando copulas lo haces con la eficiencia y la sincronización suave de un mecano. Por eso aunque te duela, tu alias se ajusta a veces, al objeto que estoy utilizando para ésta. No requiero apretar tu tecla G para demostrarte que sólo en mis manos eres. Tal vez --ahora que lo pienso mejor-- eso sea algo recíproco porque tú no eres escritora y yo no soy escritor, simplemente conformamos un ente metaescritural. Hasta quizás la forma de vida sea más tuya que mía, tal vez... claro.
Ahora que estás leyendo esta carta (porque la estás leyendo, yo estoy frente a ti; estás sentada en ese pulcro banco de plaza, moviendo risueñamente los ojos), te preguntarás por qué en vez de gastar tiempo y tinta no hablo sucintamente contigo, en lugar de citarte en una plaza, sentada hipnóticamente. Te preguntarás más que eso, cosas que yo no sospecho porque tu, ahora mismo buscas algo sobre lo que yo no piense; que no vea a la luz, ni siquiera sienta en la oscuridad. Piensas. Revuelves desesperadamente entre la arena, y ya está. Te das cuenta que lo brindado por mí son sólo palabras caóticamente ordenadas. Sabes en éste instante, que estás apostando de nuevo a la palabra instante, que todo arrebato es vano, reaccionas y quizás por esto que has leído me insultes --con razón--, o te rías o por lo menos me recriminarás mi jactancia estúpida de saber lo que piensas. Pero, (piensa como si estuvieras durmiendo y alguien te pide que pienses en este pero; y pero no importa tu pero de querer dormir) no importa nuestro color de mente, nuestra religión sexual o nuestra raza espiritual.
Tal vez para contrarrestar todo este delirium tremens que tenía que expulsar, quieras empezar a leer de nuevo la carta que podría decir: "Amada Máquina: Quiero que sigas en mis manos" (o demás cosas dulces que poco te agradan); aunque también hubiera sido aconsejable: Máquina: "Eres la más idiota y aletargada y..." De nada sirve ahora cualquier intención, pues está escrachada en una pared que no tenía prevista.
Tu comprendes que en ciertas circunstancias yo me estremezco y comparto divagaciones contigo, sí, contigo; siendo tu una divagación; haciéndome todo más difícil en cuanto a quién eres y qué eres; y por eso acabo poniéndome la camisa de fuerza. Debes reconocerlo. Eres lo que eres, una Máquina, y de escribir ¡eh!, yo por seguir la corriente de tu obstinación te comparaba con una digna máquina de sexo y de amor, por el resguardo y cariño a nuestros hijoshojas. Hojashijos que forjamos por la divina fricción de mis miembros en tu matriz obscura y vertiginosa; magistral coito del que estamos gozando ahora tu y yo creando vidas perennes. Esto tenía que decírtelo, o más bien tenías que decirlo tu, porque eres tu quien escribe, no eres un simple medio; eres emisor, medio, y receptor al igual que yo; ¿cómo explicarte que hay momentos en que parece que el que escribe no soy yo; así como lo estoy explicando ahora? Creo que es imposible en éste clímax, amada mía.
Zardo Nhunspa

1 comentario:

Alejandro Marzullo dijo...

¿Vo le estás dando masa a la máquina de escribir? ¿Vo so loco? ¿Vo?