jueves, 19 de marzo de 2009

Cocodrilo

Bruno desconocía en verdad cómo decírselo. Tenía archivadas un montón de fotos de momentos cumbres, de explicaciones que llevaban a una guerra civil que finalizaba aunándose en manos al cuello, en palizas, en la aniquilación de la intimidad.
Tenía el faso abandonado en medio de los dedos del medio de la mano, en medio del brazo del medio del cuerpo que estaba en medio del sillón, en el medio de la casa. Y el faso desfasaba.
Esperaba que de allá afuera llegase el trino optimista de alguna alondra, que en la entrada se dibujara algún auto, algo.
El páramo del último introito le cautivaba en grado sumo, eso lo sabía muy bien, no por sí mismo sino por ella y su beneplácito que hacían que a él automáticamente le encantara.
Dejó la ventana por un instante para trasladarse hasta sus ojos pero aquella impávida mirada le hizo desistir de la osadía. Pretendió no haberla insultado con el reborde de sus pupilas. Le dio una intensa pitada a su cigarrillo y entonces afloró la extraña somnolencia de una confesión desesperada, deliciosa. Desenvainó su rostro detrás de esa mano cínica y nerviosa y la comprometió con aquella pierna que había estado entre su cintura y buen nombre.
Realmente aparentaba no desearlo pero era propio de su disciplina el frizzé del deseo y el abandono a las manos y los besos que de él partían.
Con un fervor tosco y relampagueante llevó a ese oído lo que avaramente había atesorado en su músculo sentimental:

__Te amo, te adoro, no hay ninguna razón para vivir si no es con vos. Vos sos mi diosa, mi patria, mi política, mi aire. Sos mi única verdad, soy capaz de matar, robar, cometer cualquier horror que me pidas... sabés bien que soy tu esclavo me conmueve y me eterniza tu poder, tu ternura o tu desprecio, oíme bien, por favor. No me importa que me traiciones, no me importa nada, solo vos, te amo y te voy a amar siempre.

Llegó hasta el lóbulo de su delicada oreja y jugó con él hasta caer por su cuello que lo eyectó a la boca purpurina que aguardaba.
Prorrumpió la lengua entonces, jugando con su dócil y tibia lengua catedrática de todo placer que lo comía en estasís. Sus manos y piernas abrieron todo lo demás que el amor permite entrar. Colocó las agujas de su reloj en sus hombros y se ayuntó a la boca al son de la arremetida. Poco a poco el control se perdió y Bruno se estrelló entre los pezones mojados en su baba que lo apuntaban y apuntalaban. Sentía su miembro aún tan endurecido y neolítico que parecía no poder controlar el influjo que finalmente desbordó aquel habitáculo.
El mundo ya no daba vueltas sino él.
Pudo al fin rescatar con sus manos enturbiadas el rostro todavía desorbitado de la amante perdida en la mirada azul imperturbable. Abandonada en el delirio, ficticio o no, Bruno prodigó el beso pulcro de la calma huída y la certeza de haberla dejado muerta de amor.

martes, 3 de marzo de 2009

Dignidad

Asiento podrido donde baila la flor,
Mi cara cerrada buscando paz.
Ranchos orgullosos de la vacuidad,
La espera de escapar;
Rota al partir,
Vasta ignominia de la inopia existencial,
Valgo dos perros moridos,
Tengo que aprender a romper el collar.